Las mareas de la memoria

Cajón de sastre donde escribo cosas que siento y pienso.

Nombre:
Lugar: Barcelona, Spain

martes, noviembre 29, 2005

PEREZA MENTAL


Ya mayor, he aprendido a utilizar el término en contextos diversos, pero no ha sido hasta hace poco que he comprendido con claridad el verdadero sentido que mi madre le daba entonces. La pereza mental, que va siempre unida al descuido y a la falta de atención, es uno de los vicios más comunes e infantiles entre los adultos. El esfuerzo que conlleva hacer algo mal, o guardar las cosas fuera de lugar, supone el mismo gasto de energía que hacerlo correctamente. La única forma de ahorrar esa energía es no hacerlo. Cuesta exactamente el mismo trabajo recoger una habitación que hacer que solo parezca recogida -y creo que esto es lo que mi madre quería que comprendiéramos-, con la diferencia de que lo primero es mucho más útil: suele servir para encontrar las cosas más tarde. Por tanto, a medio plazo incluso ahorra energía porque no hay que desperdiciar tiempo ni esfuerzos buscándolas (¿dónde demonios lo puse?). La diferencia es que para guardar cada cosa en su lugar (entendiendo por su lugar cualquier sitio que resulte razonable) antes hay que dedicar unos segundos a pensar cómo o dónde.

Una cierta dosis de disciplina mental es la base del pensamiento lógico y por tanto de ella depende todo lo que de razonable pueda haber en el ser humano. Por eso, analizar el grado de pereza mental de aquellos que nos rodean puede constituir un buen criterio a la hora de juzgar a las personas. Me explico: desde que me fui de casa he conocido toda clase de personas, hombres y mujeres, y he convivido con algunas —a veces por elección y otras por necesidad— casi siempre con resultados desastrosos (en ambos casos). A lo largo de los años he podido constatar que la mayoría estaban gravemente aquejados de pereza mental; es decir, sus cabezas estaban fatalmente amuebladas. A primera vista puede parecer que es asunto baladí (¡qué bonita palabra!) pero —aparte de hacerme la vida difícil a mí, que soy bastante ordenada y un poco maniática— me ha permitido descubrir que la pereza mental suele ser el atributo de aquellos que se preocupan más por las apariencias que por la esencia de las cosas (hay algunas excepciones: aquellos cuya actividad mental es tan sumamente abstracta que realmente no pueden reparar en nada de lo que les rodea; pero seres tan excepcionales no suelen abundar). Ergo, eran seres simples y superficiales por mucho barniz intelectual que se aplicaran (a pesar de que en los tiempos que corren ser tildado de intelectual es poco menos que un insulto).

APOSTILLA: Que nadie piense que mi madre era una mujer severa; una vez ordenadas correctamente nuestras habitaciones, enseguida olvidaba su enfado, recuperaba su buen humor habitual y jamás mantenía los castigos impuestos durante la acalorada discusión.

EPÍLOGO: Es de cajón que este pequeño relato, aparecido en el mismo recuento de papeles que el anterior, también se lo dedico a mi madre, aunque tampoco pueda leerlo.

domingo, noviembre 27, 2005

LA CAJA DE MÚSICA


Esta es la caja de música cerrrada
Desde muy pequeña quise tener una casa de muñecas, pero sabía que mi madre no me la compraría porque no nos lo podíamos permitir. La casa de muñecas formaba parte de una colección de objetos celosamente atesorados en algún rincón de mi cabeza con una etiqueta que decía: «cosas que me compraré cuando sea mayor y tenga mi propio dinero».
A los doce años vi El juez de la horca, de John Huston (en aquel cine, el Lido de Barcelona, aplicaban la política de que acccediera todo aquel que pudiera costear la entrada) y un detalle de la película quedó grabado en mi memoria; Roy Bean, el juez, le prometía a su amante mexicana que le regalaría una caja de música para que guardase sus joyas como hacían las auténticas señoras. Al final, le compraba la caja de música, casi demasiado tarde, porque cuando se la entregaba ella agonizaba. Desde ese día la caja de música, ocupó su lugar junto a la casa de muñecas y todos aquellas cosas que deseaba y no podía tener.
Pasaron algunos meses, volvimos a establecernos en Madrid y poco después llegó mi decimotercer cumpleaños. La mañana de ese día mi madre me pidió, como tantas otras veces, que la acompañara a hacer la compra. Pero en lugar de encaminarnos hacia el mercado, subimos hasta el principio de nuestra calle, donde había una lujosa tienda de regalos que se llamaba (todavía lo recuerdo) Toupie.
Entramos, mi madre pidió que le mostraran las cajas de música, la señora sacó varias, pequeñas y modestas —y que me parecieron muy feas— cuando comprendió que era para mí, solo una niña. No me gustaron y a mi madre tampoco, recuerdo que todas eran alargadas como minúsculos ataúdes. Mi madre leyó la decepción en mi cara y pidió que le mostraran otras mejores. La señora dijo que las otras eran muy caras, mi madre, aunque probablemente no contaba con gastar tanto, insistió. La señora entró en la trastienda y trajo otras más lujosas. Tres cajas de esas que al abrirse tienen dos pisos, y las abrió. Dos de ellas también eran feas, con una ridícula bailarina de plástico y tules que giraba al son de la música. Pero la tercera era preciosa: en el exterior había un paisaje lacado en rojo y negro con incrustaciones de nácar; en el interior de la tapa, un espejo en él estaba pintado un delicado paisaje marino con barquitos y gaviotas blancas sobre un mar de tinta azul. Supongo que mi madre leyó el placer en mi cara porque señaló y dijo: «esa». La señora la envolvió y mi madre se apartó para que yo no viera como la pagaba (se supone que es de mal gusto dar a conocer el precio de los regalos, y supongo que tampoco quería que yo la rechazara al comprender que era demasiado cara). No sé cuanto costó pero estaba segura de que mucho, el regalo más lujoso que podía tener una mocosa de trece años.
Durante días la mostraba orgullosa a todos los que venían a casa, incluso invité a mis amigas del colegio a casa sólo para que la vieran. Durante años fue una de mis posesiones más preciadas, un tesoro que yo mostraba siempre a mis nuevas amigas.
La limpiaba con obsesión, le sacaba brillo hasta dejarla reluciente y me encantaba darle cuerda y oir la música. Tenía una melodía suave y delicada, muy oriental, y distinta del habitual Para Elisa. Mi afán de limpieza fue causa de un gran disgusto: tratando de limpiar el espejo, empañado por el polvo y el manoseo, utilicé alcohol, mientras lo frotaba comprobé aterrada como se borraba el precioso paisaje; aunque dejé de frotar y soplé sobre el cristal para que el alcohol se evaporara, desaparecieron casi todas las gaviotas y sólo se salvaron dos barquitos y la montaña del fondo. El disgusto me duró varios días.



La caja de música abierta, en el espejo tadavía

se aprecian los dos barquitos, la montaña

y, a la izquierda, una solitaria gaviota

A medida que me hice mayor la caja de música perdió parte de su relevancia. Aunque ya no le daba cuerda para que siempre sonara la melodía al abrirla, ni la mostraba entusiasmada a cada visitante, siempre me inspiró un cariño especial y nunca dejó de cumplir su misión como joyero. Con el paso del tiempo sufrió pequeños desperfectos, golpes y rayaduras, pequeñas heridas irreversibles... y dejó de ser única para verse acompañada de multitud de cajas, con y sin música, pues se despertó en mí la pasión por coleccionarlas. Hoy, con su paisaje medio borrado y las marcas de los golpes, sigue siendo la más hermosa y querida de mi colección.

(Esto es una cosa que escribí hace años, que le dedico a mi madre, a pesar de que como donde está no tiene internet, no puede leerla de momento).

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martes, noviembre 22, 2005

VAPORES DE ALCOHOL


Anoche cené, con una amiga muy estupenda que me aprecia como pocos, en un restaurante donde disfruté del mejor Steak Tartare (soy carnívora, lo siento) que he comido en mi vida. Es un restaurante un poco pretencioso pero con una cocina fantástica, y el maître es un convencino de mi amiga.
El lugar es de esos que amenizan la velada con un pianista. La primera serie del pianista fue agradable y nada más. La segunda me recordó una anécdota con un antiguo amor, y para los que vivís en Madrid (y tenéis cierta edad), un viejo y querido lugar que ya no existe. El piano despertó un pequeño recuerdo dormido. No sé si muchos recordarán El Avión, un bar, casi mítico cerca de la plaza de Manuel Becerra, que cerró pocos meses después de que yo me trasladara a vivir a Barcelona, es decir, hace algo más de una década. Era un antro oscuro y destartalado, que se caracterizaba básicamente por dos aspectos: el suelo alfombrado de las cáscaras de pipas que la casa servía de forma gratuita con todas las consumiciones, y su pianista, casi tan vetusto como el local, que amenizaba las veladas interpretando baladas y tangos. (Al poco tiempo de cerrar el local el pianista murió, dicen que de nostalgia.)
Fue allí donde una noche recibí el elogio/piropo más fantástico que me han dedicado jamás. Estaba con alguien a quien quería mucho (y por quien entonces me sentía muy querida) –el mismo que en la dedicatoria de Nadie es perfecto, un libro de entrevistas con Billy Wilder que me regaló, fue capaz de escribir: «Nadie es perfecto, aunque tú me haces dudarlo». En cierto momento abandoné la mesa para ir al baño; cuando regresé él me dijo: «no te la vas a creer, pero el de la mesa de al lado (en la que había dos parejas mixtas) me ha dicho: ‘Enhorabuena, la chica que está contigo es preciosa’, cuando le he pedido que esperara a que tú regresaras y te lo dijera en persona, él me ha contestado: ‘te lo digo a ti, porque el mérito es tuyo por haberla conquistado’ (quizá las palabras no fueron exactamente esas, pero eso fue lo que dijo el desconocido).
Mi acompañante era zalamero por naturaleza, así que mientras me lo contaba, le di poco crédito, pensando que era una historia que había inventado para mí, para hacerme sentir bien (o aún mejor, porque bien, estupendamente, ya me sentía)... hasta que «el de la mesa de al lado», que debía haber captado parte de nuestra conversación, se decidió a interrumpirnos para corroborar que lo que mi acompañante me contaba, había ocurrido así. No me he sentido tan halagada en toda mi vida. Esa noche mi cotización, que por entonces era muy alta, subió varios puntos, pues nada incita tanto a valorar lo que tenemos, como el hecho de que otros lo aprecien o envidien...
Los mecanismos de la memoria son insólitos, ya he apuntado algo en este sentido en otra de las entradas, pero lo cierto es que este recuerdo casi olvidado ha regresado con los compases de una vieja balada sentimental –Killing me softly with his song–, interpretada por un pianista desconocido. La única canción que el peculiar pianista de El Avión, que era muy suyo, accedió a interpretar una noche (otra distinta de la que he referido) a petición de uno de los clientes (el mismo que aquella otra noche), que la solicitaba para su enamorada (la misma de aquella otra noche).
Lo que antecede es muy personal y quizá un poco ñoño; lo escribí anoche, aunque lo he pulido un poco hoy. Algo debieron tener que ver con ello, la botella de vino que mano a mano nos bebimos, los cuatro carajillos y los cuatro limoncinos... pero me hace gracia publicarlo aquí para que lo leáis.

domingo, noviembre 13, 2005

APOSTASÍA


Mi amigo Max, indignado con la últimas campañas
de la iglesia católica, propone desde su página
("la oficina imaginaria", a la que puedes acceder
desde el enlace que tienes a la izquierda) que todos
aquellos que son "no creyentes pasivos" se conviertan
en "no creyentes activos".
Es decir apostatar de la religión católica para que la iglesia deje de contarnos entre sus fieles. Desde aquí quiero apoyar la iniciativa y animo a todos aquellos que figuráis como católicos por omisión - es decir, porque
en su momento os bautizaron-, pero no sois creyentes ni practicantes, a "daros de baja" de la iglesia. En la página encontráreis información y enlaces para acceder al formulario que hay que rellenar.

lunes, noviembre 07, 2005

...A ZURDAS

Lo que sigue se suscitó en una conversación con Max
de Sastre. Naturalmente, para darse cuenta de los inconvenientes de ser zurdo, hay que serlo. Los zurdos han tenido mala prensa desde el origen de los tiempos; "hacer las cosas a zurdas" es sinónimo de hacerlas mal.

Etimologías
En latín, sinistra tiene un significado ciertamente siniestro; en alemán link significa también avergonzado y confuso; en inglés left, es débil o fláccido; en euskera esku erki se equipara a "media mano"... Mientras que rigth significa además de derecho, correcto; y diestro
es también hábil. Sólo aplicado a la política el vocablo izquierda goza de cierto significado positivo, pues "ser
de izquierdas", se asocia con la defensa de ideas progresistas.

Escollos cotidianos
Son muchos los objetos y aparatos diseñados sólo pensando en los diestros: las cámaras de fotos y de vídeo tienen el disparador y los visores móviles a la derecha, si además llevan un artilugio para apoyarlas sobre el hombro, este está diseñado para el derecho; el freno de mano de un coche está colocado de forma que pueda ser accionado con la mano derecha; en los torniquetes del metro y los ferrocarriles el billete debe introducirse por la derecha, y el paso queda a la izquierda -sólo los más antiguos de Barcelona son a zurdas, pero lo están "arreglando" con los nuevos. Por cierto, que Barcelona
es una de las pocas ciudades donde los trenes del metro entran en el andén desde la izquierda-; los interruptores de luz suelen estár situados a la derecha y las cerraduras exteriores de los pisos a la izquierda, para facilitar el acceso de una llave empuñada con la mano derecha (pues la izquierda, al girar, tropieza con el marco en el que se encaja la puerta). Hasta hace poco, los ratones de ordenador eran también diestros... La culata de un fusil se apoya en el hombro derecho y el punto de mira es también diestro (así que los zurdos lo tenemos más fácil para ser objetores). Las espadas y los cetros, se sostienen con la derecha. En la lucha, la mano izquierda sostiene
el escudo (es decir protege de forma pasiva) mientras la derecha empuña el arma y agrede, y también es la mano derecha la que lanza las flechas de los arcos.
Las cuerdas de las guitarras (y las guitarras mismas y demás instrumentos de cuerda que se sostienen entre las manos), las teclas de los saxos y similares, y los botones de la mayoría de los equipos audiovisuales, son también diestros. Los filos de los cuchillos, las tijeras, los cazos con vertedor y los pitorros de las pavas, las paletas de pescado, los abrelatas manuales, y la mayoría de los auxiliares de cocina que no son simétricos, están diseñados para ser empuñados por la mano derecha.
Las espirales y anillas de cuadernos y carpetas están
a la izquierda, una incomodidad para los que empuñan la herramienta de escribir con la izquierda. De hecho la escritura occidental misma, es diestra. Las sillas de estudiante con tablero incorporado, son también objetos imposibles para los zurdos.
Todas las cosas que giran -grifos, bombillas, tornillos, clavijas- se enroscan el en el sentido de las agujas del reloj (ya he encontrado la regla mnemotécnica, Max), que si es de muñeca, también está diseñado para ser llevado en la izquierda y manipulado con la derecha.

A derechas
El saludo militar, el juramento, el saludo cortesano, el apretón de manos, la bendición, la señal de la cruz... se realizan con la mano derecha. Sin embargo, las alianzas -salvo en Cataluña, otra vez-, se llevan en la izquierda; la explicación es práctica y diestra: así no estorban las tareas cotidianas. Una excepción: las condecoraciones y los broches se prenden a la izquierda, aunque en el caso de las primeras, se ordenan de derecha a izquierda según su valor.
En el caso de los vestidos, el masculino se abotona y anuda la derecha y el femenino a la izquierda, reforzando la idea de que lo derecho y bueno va unido a lo masculino y lo izquierdo y malo, a lo femenino.
De forma convencional, en las artes gráficas, el cine y el teatro, se sale por la derecha y se entra por la izquierda. Si se pide a un grupo de gente que representen con un signo su idea de salir, todos los diestros, y la mayoría de los zurdos, dibujarán una flecha que apunta hacia la derecha; la flecha apuntará hacia la izquierda si a continuación se les pide que reflejen la idea de entrar.
Por lo general, los periódicos, las revistas y los libros se leen de izquierda a derecha y lo que interesa destacar
-las imágenes de impacto y, sobre todo, la publicidad a página-, se sitúa en la derecha (la "página buena" o página recto, como se llama desde que Gutemberg inventó la imprenta, mientras que la izquierda recibe
el nombre de verso o anverso).

Iconografía
Las vírgenes (y las madres en general) siempre llevan
el niño en el brazo izquierdo, para dejar libre de actuar
el derecho. Cuentan que el escultor Bonnasieux, autor de la estatua de Notre Dame de France de Puy-en-Velay,
la única que lleva el niño en el brazo derecho, se suicidó
al percatarse de su error.
En la Biblia y los Evangelios, los elegidos se sientan siempre a la diestra de Dios, y los malvados se sitúan a la izquierda. El Corán va más lejos y atribuye a Alá dos manos derechas, pues Dios no puede ser zurdo (a pesar de que los musulmanes escriban de derecha a izquierda y de atrás hacia adelante).
Cuando se persigue a alguien en una representación gráfica, suele ser hacia la derecha, mientras que las entradas triunfales discurren hacia la izquierda. Las banderas siempre ondean hacia la derecha. Tanto en el cine como en la televisión, el teatro, las historietas o los carteles, las acciones que transcurren hacia la derecha sugieren dinamismo. Y las letras cursivas se inclinan hacia la derecha...

Invito tanto a zurdos como a diestros a reflexionar sobre la cuestión y aportar sus propias observaciones al respecto (y cuando descubra cómo se colocan las imágenes en el lugar que uno quiere, y no donde a la plantilla le da la gana, subiré algunas representaciones gráficas interesantes de todo lo que aquí se dice).

viernes, noviembre 04, 2005

PASIONES

Escribo esto aquí por alusiones de Marcóticos en
"La cuarta pared" (quien quiera tiene un enlace a la izquierda), porque no he visto donde se cuelgan los comentarios en su página (si es que hay algún lugar).
Soy una persona apasionada, porque creo que para disfrutar de todo el sabor de la vida hay que entregarse con todas las ganas.
La pasión por la lectura, las películas, la música, los paseos o los viajes, no suele tener consecuencias fatales en ningún caso (todo lo más un pequeño disgusto si un libro o una película defraudan tus expectativas), pero cuando se trata de relacionarse con las personas la cosa se complica, pues siempre se corre el riesgo de tropezar con algún depredador (de ello hablábamos Max de Sastre y yo el otro día). Algunos -quizá los que han tenido peor suerte, están más dolidos, y tratan de protegerse- optan por acorazarse frente a los demás y no manifestar sus sentimientos ni interesarse en exceso por nadie, para que no puedan herirlos, Es decir, evitan ponerse a tiro. El problema es que si quieres evitar las cuchilladas, a lo mejor tampoco te llegan las caricias...
Yo procuro tomar pequeñas precauciones, pero suelo bajar las defensas con relativa facilidad, prefiero confiar en las personas; me fascina conocer gente nueva (hambre de conversaciones estimulantes, curiosidad por comparar puntos de vista y deseos de aprender cosas nuevas) y para eso hay que estar dispuesta.
Si me equivoco y abusan de mí, me aparto, me lamo las heridas y sigo mi camino. Y si la cosa acaba mal por otros motivos, considero que ese es el precio a pagar por lo mucho que he disfrutado mientras duraba. Esto ocurre sobre todo con las relaciones amorosas, ya que parece que la pasión, el enamoramiento, se quema en su propio fuego y no puede durar siempre (tres años como máximo, dicen). Estar en la cima quizá implica acabar en la sima, pero ¡resulta tan extraordinario cuando estás arriba!