Las mareas de la memoria

Cajón de sastre donde escribo cosas que siento y pienso.

Nombre:
Lugar: Barcelona, Spain

domingo, enero 14, 2007

UN RECUERDO DE LA INFANCIA

NOTA: AUNQUE FALTA TODAVÍA SUBIR ALGUNAS IMÁGENES (TENGO QUE HACER LAS FOTOS), PREFIERO SUBIR LA ENTRADA YA, PARA QUE PODÁIS LEERLA

El título de este blog nació precisamente de una crónica que empecé a escribir hace años, en la que me preguntaba sobre mis recuerdos de infancia y juventud, y sobre la forma en que funcionan los mecanismos de la memoria y la recuperación de los recuerdos; así que la entrada que sigue, viene a cuento de todo ello.

El pasado viernes 11 visité, junto a un amigo, la Parroquia de la Inmaculada Concepción y de la Asunción de Nuestra Señora (que es el nombre completo del templo). Tenía un antiguo recuerdo de infancia y desde hacía años, desde que me instalé en Barcelona, deseaba visitarla para comprobar si aquella era la iglesia a la que mi bisabuela Bellmunta me llevaba de pequeña. Recuerdo que me tentaba poniéndome en las manos un rosario con cuentas de colores, que guardaba para mí en una caja de plata repujada con un relieve de Don Quijote y Sancho en la tapa, y con la promesa de que veríamos a la «Virgen dormida». En mi recuerdo, la Virgen era una señora muy hermosa con una serena expresión en el rostro, los ojos cerrados y tendida en el interior de una urna de cristal. También tenía un vago recuerdo de un niño Jesús, sonriente y regordete, acostado en su pesebre y de tamaño natural.

Entramos en la iglesia, escruté la nave sin que despertara en mí ningún recuerdo... avancé hacia el altar, y entonces vi la figura del niño Jesús, tal como lo recordaba, justo a la izquierda de la verja que separa la nave de la cabecera. A su izquierda todavía estaba montado el belén y junto a él, una puerta de cristal daba acceso a otras dependencias: la capilla del Santísmo, donde en ese momento el párroco oficiaba la misa, y un claustro muy hermoso, con frescos pintados en los lunetos (y restaurados, pues parecían recién pintados).
En el pasillo que da acceso a la capilla, había un puestecillo donde venden guías y estampas de santos. Lo atendía una señora mayor y pensé que tal vez llevaba allí el tiempo suficiente
–40 años, dijo– como para facilitarme la información que yo buscaba. La interrogué y me contó que la Virgen dormida estaba en una pequeña capilla situada a la izquierda de la entrada de la nave. Así que volví atrás y la encontré, aunque la capilla estaba cerrada y sólo podía verse a través de una verja. Aquella era «mi Virgen»...

Después volví al puestecillo en busca de más información. La misa había terminado y el párroco estaba a la puerta de la capilla, despidiendo a algunas feligresas. Entablé conversación con ellos; al principio el párroco, un hombre joven y entusiasta, trató de dirigirse a mí en un catalán rudimentario, pero se sintió más cómodo cuando comprobó que podía pasar al castellano. Les conté lo de mi bisabuela, y que en mi recuerdo, la Virgen estaba en otro lugar y a menor altura, pues se podía rodear; entonces él me explicó que la urna con la Virgen se coloca en el centro de la nave principal de la iglesia en la festividad del 15 de agosto; eso era lo que yo recordaba, probablemente porque visitaba a mis abuelas durante las vacaciones de verano, pues entonces vivía en Madrid; al niño Jesús debí verlo durante las vacaciones navideñas...

También me contó una curiosa anécdota

–según él, un milagro–, relacionada con otra de las figuras de la iglesia. La capilla que está a la derecha de la cabecera de la nave, guarda una imagen del Sagrado Corazón –para quienes no estén muy puestos en mitología católica, el Sagrado Corazón es un Cristo con el corazón a la vista en el centro del pecho, y según la iconografía, siempre lleva la mano izquierda sobre él.
Pues bien éste tiene los dos brazos abiertos, ligeramente flexionados y con las palmas hacia arriba. Cuentan que un operario restauraba algún desperfecto, subido en una escalera de la que tuvo la desgracia de caerse; para que no se estrellara contra el suelo, y evitar además que lo hiciera sobre una feligresa que en ese momento estaba allí rezando, el Cristo abrió los brazos y lo sostuvo... es por eso que tiene desde entonces los brazos abiertos.

La iglesia original es románica, del siglo XIII, el claustro, gótico, del XIV-XV; antes fue un monasterio de monjas que estaba en el casco antiguo (ahora está en el Eixample) y que fue trasladado piedra a piedra hasta su ubicación actual, desde la calle Jonqueres (esto ocurrió en 1869-1871). En el claustro todavía se guardan tres urnas sepulcrales con los restos de sus antiguas prioras.
El campanario, de estilo romano-gótico, fue adosado en 1879 y procedía de otra iglesia, la de San Miguel, también situada en la Barcelona medieval. El templo fue restaurado en torno a 1942. Además del Sagrado Corazón y de la Virgen dormida, la iglesia guarda otros pequeños tesoros: una imagen de la Inmaculada Concepción en el interior de un templete neogótico situado en el centro del altar, realizada por Enric Monjo (en 1942) y un Via Crucis pintado por Joan Llimona (en 1925). Tanto el órgano como el rosetón son los originales góticos.

Aunque la memoria resulta a veces tramposa, y adorna o modifica los recuerdos, en este caso he podido comprobar que un pequeño recuerdo de la infancia se correspondía, de forma notablemente fiel, con hechos reales. Siempre me ha resultado muy inquietante pensar que los recuerdos, que parecen tan coherentes, son en realidad bastante falsos, construidos a base de retazos de procedencia diversa; trocitos de realidad mezclados con cosas que nos contaron y que hemos ilustrado mentalmente, cosidos entre sí mediante hilos que nosotros mismos tejemos con ayuda de la lógica, que nos permiten rellenar las lagunas y establecer cierta continuidad y dar sentido al relato de nuestro pasado...
Este es un tema que me interesa mucho y del que espero hablar más adelante...


Un último apunte: no soy superticiosa, ni iluminada, ni siquiera creyente, pero siempre me han fascinado las coincidencias (otro tema sobre el que tengo el proyecto de escribir una entrada); pues bien, ayer, mientras leía el periódico (El País), en la sección BARCELONA MUSEO SECRETO, que siempre leo y casi siempre recorto, encontré nada menos que un artículo firmado por Ignacio Vidal-Folch y titulado La bella durmiente, que precisamente hablaba de esa iglesia y de esa imagen de la Virgen dormida!!!





lunes, noviembre 13, 2006

FALACIAS ARMADAS DE CIFRAS

Una pequeña reflexión suscitada por el telediario me sirve de excusa para actualizar el blog...
En resumen la noticia dice: "29 personas han fallecido en accidente de tráfico durante el fin de semana, de ellos 14 eran menores de 30 años (lo que ya no se explica es cúantos de los menores de 3o años eran los conductores del vehículo y cúantos eran meros pasajeros)". Aunque faltan datos, se puede afirmar que la redacción de la noticia sólo es significativa si se pretende afirmar que es peor o más grave la muerte de "menores de 30 años" que la de "mayores de 30".
Tratando de ampliar la información a través del periódico este dice: "25 muertos en los 23 accidentes de tráfico durante el fin de semana" (debemos suponer que o bien al cierre de la edición faltaban 2 o 3 accidentes por contabilizar, o bien 4 personas fallecieron a posteriori como consecuencia de las heridas).

Si en cada uno de los accidentes se produjo al menos un muerto, supongamos que éste era o el conductor o el copiloto (que son los más susceptibles de morir en caso de colisión) , y en un pequeño número de casos ambos o ninguno (puesto que habrá algún caso en el que ambos se salvan y el muerto es uno de los que viajaban en la parte trasera), y algún caso todos.
Si consideramos que los menores de 30 años deben ser más o menos el 50 % de los que conducen, o incluso un poco más -puesto que en el grupo de mayores de 30 hay muchas mujeres que no conducen- y que por encima de los 60 -teniendo en cuenta la esperanza media de vida- no debe haber muchos conductores, la conclusión es que 14 muertos en la franja de menos de 30 (de los cuales alguno no era el conductor sino el pasajero, en un vehículo conducido por otro, menor o mayor de 30 años) , supone más o menos la mitad de las víctimas; lo que se corresponde con la cifra de la mitad de los conductores.

En conclusión, los muertos en accidente de tráfico son más o menos los mismos con independencia de la franja de edad a la que pertenezcan, sobre todo si tenemos en cuenta que lo más probable es que en los coches en los que el conductor era menor de 30, viajaran más personas que en los otros (un grupo de amigos que ha salido de copas y viajan juntos, en el cual se matan todos los ocupantes o la mayoría, además, o a pesar, del conductor, que es el culpable del accidente), mientras que los de más de 30 es más probable que viajaran solos o acompañados pr una sola persona; lo cual inclinaría la pretendida estadística en favor de los jóvenes y permitiría afirmar que, en realidad, se accidentan menos... aunque para no incurrir en otra falacia numérica, hay que considerar también que el grupo de los menores de 30 está limitado por abajo por los mayores de 18, puesto que antes de esa edad no se puede tener carnet de conducir...

Vaya lo uno por lo otro, y digamos que grupo de conductores de 18-30 (jóvenes) es más o menos equivalente en número al de 30-65 (no jóvenes). Aunque quizá, para ser estadísticamente equilibrados, habría que desglosar el grupo de los "no jóvenes" en 2 o 3 segmentos más y estudiar si las diferencias son o no significativas...

Lo de los accidentes de tráfico es lo de menos (para el argumento, ¡por supuesto que es muy grave que mueran personas de cualquier forma!), solo pretendo ilustrar cómo mediante cifras estadísticas es muy fácil manipular la percepción de la gente.
Como ya dije hace tiempo, reseñando un libro del matématico John Paulos, aunque en términos matemáticos decir "sólo el 50% " es lo mismo que "nada menos que el 50%", la percepción psicológica no es la misma (acordaos del vaso medio lleno o medio vacío). Así que os invito a leer o escuchar noticias estadísticas con sentido crítico y reseñar vuestros hallazgos al respecto. ¡Hagamos una caza de falacias estadísticas!

lunes, agosto 21, 2006

¡HASTA SIEMPRE, QUERIDO GUILLE!

Estos diez días que quedan de agosto pensaba dedicarlos a repasar mi «novela» si es que llega a serlo, y a actualizar los blogs, colgando algunas de las muchas entradas que tengo pendientes... pero ha ocurrido algo imprevisto y doloroso.

Guillermo Martín gran guitarrista y mejor persona, al que conocía desde hace más de veinte años, murió el viernes 19. Era una muerte anunciada, tras algo más de dos años de lucha contra el cáncer, pero no por eso menos dramática. Lo siento sobre todo por Gaby (su mujer) y por Fernando (su hermano), pues compartir su lucha y estar junto a él hasta el final debe haber sido muy duro. Sobre todo para Gaby que, según palabras de Guillermo «iba a ser la madre de sus hijos». Él, al menos, ha dejado de sufrir pero a Gaby y a Fernando todavía les queda un trecho de dolor por recorrer.

Aún recuerdo cuando me contó que había conocido a la mujer de su vida y que abandonaba Madrid para irse a vivir a Zaragoza, la ciudad de ella. Y también recuerdo cuando la conocí, en un concierto de Jaime Urrutia de los varios a los que asistí durante el verano de 2002. Y recuerdo muchos otros momentos que se remontan mucho más en el tiempo, y que quizá algún día pueda compartir con ella.

Siento no haber tenido la oportunidad de volver a verlo al menos una vez, porque la última vez que hablamos, por teléfono, me enfadé un poco con él. Me habría gustado que lo último que hubiera habido entre nosotros fuera un beso, una sonrisa y un poco de conversación amable, trufada de las bromas y chistes a los que acostumbraba... era difícil hablar en serio con él, y también lo era disgustarse; era una gran persona que sabía hacerse querer, así que lamento mucho que se haya ido.

domingo, julio 23, 2006

UNA UCRONÍA MUY INTERESANTE

Hace bastante tiempo que no escribo nada (varios meses) pero es que estoy muy ocupada... lo cierto es que mis blogs están un poco descuidados, pero en absoluto abandonados. Tengo muchos proyectos, peo todos ellos requieren cierta preparación, y por tanto disponer de tiempo libre, antes de subirlos... A ver si a finales de agosto, cuando vuelva de vacaciones, encuentro tiempo para colgar algunas de las cosas pendientes...
No obstante, hoy sólo quiero hacer un pequeño apunte, que no requiere mucho tiempo y, sin embargo, me parece muy interesante.

Para aquellos que no lo sepan (que alguno habrá), la ucronía es una forma de especulación histórica en la que se plantea que hubiera ocurrido si un hecho significativo del pasado no hubiera tenido lugar, o hubiera tenido un desenlace distinto. Hace un par de semanas, haciendo záping, me encontré con un documental muy curioso. Por desgracia la emisión ya había empezado y al consultar la programación en el periódico no aparecía como previsto (lo emitía Barcelona Televisión).
En realidad era un falso documental que relataba la historia de Estados Unidos desde la Guerra de Secesión hasta la actualidad. Sólo que planteado como si el Sur hubiera ganado la guerra y Estados Unidos hubiera salido de ella como una República esclavista (por contradictorio que parezca; Atenas también lo era). La imagen real de ciertos sucesos de todos conocidos, se mezclaba con imágenes falsas, grabadas con actores. Aparte de estar realizado de una forma impecable (no tenía en absoluto el rancio aspecto de esos documentales que incluyen espantosos fragmentos dramatizados en los que aparecen actores horribles), realmente parecía un documental, y por eso me enganchó. Lo encontré empezado y durante los primeros cinco minutos me resultó desconcertante, porque era evidente que mencionaba como presidente a alguien que nunca fue tal (en realidad los presidentes que se sucedían en el poder formaban una especie de dinastía familiar).
Justo en el momento en que me pregunta que carajo era aquello, se anunciaba una pausa para la publicidad (también falsa), durante la cual se emitían anuncios en color sobre venta y alquiler de esclavos ... de color.

Por suerte, al terminar la emisión salió un presentador que dio toda la información sobre la película. Se titula The Confederate States o America y la dirigió un tal Kevin Willmott, en 2004. En España se ha editado hace unos meses (la única tienda que he encontrado donde parecen tenerlo es en Discos Gong) y pienso comprarla la semana que viene (cuesta unos 10 euros) y verla completa, no cuento detalles para no destripar el contenido a aquellos que puedan estar interesados...

Al hilo de esto, recuerdo ahora otro falso documental que pillé tambien por casualidad, pero de que no tengo mucha información (y lo cuento aquí por si alguien sabe algo y puede dar pistas para conseguirlo). En este caso era una especie de presunción futurista sobre la evolución de las especies animales en la Tierra. Se emitieron varios capítulos, yo vi uno empezado y un par más, y elucubraba sobre qué nuevas especies se desarrollarían en el planeta a partir de ciertas premisas en relación con el cambio climático. Una serie de especialistas (creo que auténticos pero actuando) intervenían de vez en cuando, pero lo más fantástico eran los curiosísimos animales que presentaban (evidentemente, todo hecho con trucos de ordenador), especies que se habían desarrollado para adaptarse a las nuevas condiciones... si alguien sabe como conseguirlos...

sábado, abril 22, 2006

INQUIETUDES TELEFÓNICAS

En realidad, quiero traer aquí un contencioso que mantengo con algunos amigos sobre sí los hombres y las mujeres son muy iguales o muy distintos... Es decir, quizá no sea fruto de la genética sino más bien de la educación, las obligaciones, las imposiciones... diferenciadas por sexos que arrastramos desde hace siglos, pero yo creo que los hombres y las mujeres hoy por hoy somos bastante distintos (dejando fuera cuestiones tan obvias como que cada individuo, incluso en el caso de los gemelos, e independientemente de su sexo, es alguien único y diferente; y las evidentes diferencias morfológicas que determinan que seamos hombres o mujeres).
El caso es que yo defiendo, contra la opinión de algunos de mis, digamos, «allegados», que sí hay ciertos aspectos del comportamiento, de los sentimientos y de las prioridades, que están ligados al hecho de ser hombre o mujer, y que a pesar de que las generalizaciones son odiosas, pero con frecuencia necesarias, son la razón de que las mujeres se identifiquen entre sí, y a sí mismas, como un colectivo diferenciado del que forman los hombres. Esto no quiere decir que esos rasgos sean consustanciales al hecho de ser mujer (no lo sé), pero a mí me parece que esas diferencias existen en el presente. En fin, «habría mucha tela que cortar» sobre este asunto, y es probable que en el futuro añada alguna otra entrada sobre esta cuestión (dependiendo del rumbo que tomen los comentarios, si es que los hay). Pero ahora propongo una reflexión sobre un aspecto concreto del asunto, reflejado, me parece a mí, de forma muy brillante en el relato de Dorothy Parker que encontraréis a continuación.
Todas las mujeres que conozco que lo han leído, se identifican con el contenido, y algunos hombres afirman que también aunque, como podréis observar, lo que Parker, yo y muchas de mis amigas opinamos al respecto, en principio descarta que eso sea algo que les ocurra a los individuos de sexo masculino.
Lo cierto es que todas las mujeres que conozco (incluida yo misma, por supuesto) con las que he hablado del asunto, reconocen haberse encontrado en una situación parecida, más de una vez en su vida, e invocando a ese mismo Dios, a pesar de no ser creyentes.
Para que no fuera tan largo, me he permitido la libertad de recortarlo un poco, si alguien quiere disfrutar del original sin mutilaciones, y de paso leer el resto de los cuentos incluidos en el volumen –lo que recomiendo vivamente aprovechando que el 23 de abril es el Día del Libro–, podéis encontrarlo en la antología La soledad de las parejas, publicada en una edición de bolsillo muy barata. El ejemplar que yo tengo, de ediciones B, es antiguo, pero hay una reedición reciente en la que lo único que cambia es la cubierta.

UNA LLAMADA TELEFÓNICA

“Por favor, Dios mío, haz que me telefonee ahora. Oh, Dios, que me llame. No te pediré nada más, te lo prometo. Me parece que no es pedir demasiado. Te costaría tan poco, Dios mío, concederme esa pequeñez [...] Que me telefonee ahora mismo, nada más. Por favor, Dios mío, por favor te lo ruego.
Si no pensara en ello, tal vez sonaría el teléfono, como sucede a veces. Si pudiera pensar en otra cosa, lo que fuera.
Quizá si contara hasta quinientos de cinco en cinco, el timbre sonaría cuando terminara. Contaré lentamente, no quiero hacer trampa, y si suena cuando llegue a trescientos no pararé; no responderé hasta llegar a quinientos. Cinco, diez, quince, veinte, veinticinco, treinta, cuarenta, cuarenta y cinco, cincuenta... Por favor, que suene, por favor [...] añadió que me telefonearía. No tenía, necesidad de decir eso. No se lo pedí, de veras. Estoy segura de que no se lo pedí. No creo que dijera que me llamaría sin intención de hacerlo. Por favor, Dios mío, no le dejes hacer eso. No, por favor [...] Por favor, Dios mío, permite que vuelva a verle, te lo ruego. Le quiero tanto, tanto... Sé bueno, Dios mío, procuraré ser mejor, lo seré, si me permites verle de nuevo, si haces que me telefonee. Oh, señor, haz que me llame ahora [...] haz que ese hombre me telefonee ahora!
Esto debe terminar, no debo comportarme así. Un hombre joven le dice a una chica que la llamará, pero luego sucede algo que se lo impide. No es tan terrible, ¿verdad? Es algo que ocurre en todo el mundo, en este mismo instante. Pero, ¿qué me importa a mí lo que suceda en todo el mundo? ¿Por qué no ha de sonar ese teléfono? ¿Por qué no, a ver, por qué no puedes sonar? Por favor, hazlo de una vez, feo, reluciente y condenado trasto. Unos timbrazos no van a hacerte daño, ¿o sí? Maldito seas, arrancaré tus asquerosas raíces de la pared, romperé tu presumida y negra cara en mil pedazos. Vete al infierno.
No, no, no. Ya está bien.
He de pensar en otra cosa. Eso es lo que haré. Llevaré el reloj a la otra habitación y así no podré mirarlo.
Si es inevitable que lo consulte, entonces tendré que levantarme e ir al dormitorio, y así tendré algo que hacer. Es posible que él me llame antes de que vuelva a mirar la hora. Si me llama, seré muy dulce con él. Si dice que esta noche no podemos vernos, le diré: «No te preocupes, querido. De veras, puedes estar tranquilo, lo comprendo.» [...] Contaré hasta quinientos de cinco en cinco, y si cuando termine no me ha llamado sabré que Dios no va a ayudarme, que no lo hará nunca más. Ésa será la señal. Cinco, diez, quince, veinte, veinticinco, treinta, treinta y cinco, cuarenta, cuarenta y cinco, cincuenta, cincuenta y cinco... [...] No debo. No debo hacer esto. A lo mejor retrasa un poco su llamada... Eso no es motivo para que me ponga histérica. Quizá no llame [...] puede que venga aquí directamente sin telefonear.
Se enojará si ve que he estado llorando. No les gusta que llores. Él no llora nunca. Ojalá pudiera hacerle llorar. Ojalá pudiera hacerle llorar y pasear de un lado a otro de la sala y sentir una opresión en el pecho, una herida enconada en el corazón. Ojalá pudiera causarle una herida así.
Él no me desea eso. Me temo que ni siquiera sabe lo que siento. Ojalá pudiera saberlo sin que yo se lo dijera. No les gusta que les digas que te han hecho llorar, que eres desgraciada por su culpa. Si les dices eso, piensan que eres posesiva y cargante. Y entonces te aborrecen. Te detestan cuando les dices lo que realmente piensas. Siempre tienes que hacer un poco de comedia. Creí que en nuestro caso no era necesario, pensé que lo nuestro era muy serio y podía expresar abiertamente lo que quisiera. Supongo que eso nunca es posible, que la relación nunca es tan seria como para admitir una sinceridad absoluta [...] Esto es una estupidez. Es estúpido desear que alguien esté muerto sólo porque no te ha llamado cuando dijo que lo haría [...] A lo mejor confía en que sea yo quien llame. Podría hacerlo. Podría telefonearle. No debo hacerlo, no, no, no. Dios mío, te lo suplico, no me dejes telefonearle. Evita que haga tal cosa. Sé, Señor, lo sé tan bien como tú, que si estuviera preocupado por mí me llamaría desde dondequiera que se encuentre y sin que le importara quién estuviera presente [...] No permitas que siga alimentando esperanzas. No me dejes decirme cosas consoladoras. No me dejes seguir esperando, Señor, te lo ruego.
No le telefonearé [...] Sabe dónde estoy. Sabe que le estoy esperando aquí. Está tan seguro de mí, tan seguro... Quisiera saber por qué te aborrecen en cuanto están seguros de ti. Parece más lógico pensar que esa seguridad es muy agradable.
Sería muy fácil telefonearle. Entonces lo sabría. Quizá no sería tan estúpido hacer eso [...] Tal vez a él no le importaría. A lo mejor le gustaría. Es posible que haya intentado ponerse en contacto conmigo. A veces alguien intenta comunicarse contigo una y otra vez y luego te dice que no ha obtenido respuesta. No lo digo sólo para tranquilizarme; son cosas que ocurren de veras. Sabes que eso ocurre realmente, Señor. Oh, Señor, no permitas que me acerque a ese teléfono. Manténme alejada. Déjame conservar un ápice de orgullo. Creo que voy a necesitarlo, Dios mío. Creo que eso será todo lo que tendré.
Pero, ¿qué importa el orgullo si no puedo soportar no hablar con él? Ese orgullo es algo tan necio y mezquino... El orgullo auténtico, el gran orgullo, radica en carecer de orgullo. No digo esto sólo porque quiera llamarle. De ninguna manera. Es cierto, sé que lo es. Voy a ser grande, voy a estar más allá de los orgullos mezquinos.
Por favor, Dios mío, no me dejes telefonearle, te lo ruego.
No veo qué tiene que ver el orgullo con esto. Es algo demasiado trivial para que haga intervenir el orgullo, para que arme tanto alboroto. Es posible que no le haya entendido bien. A lo mejor me dijo que le llamara a las cinco. «Llámame a las cinco, cariño.» Es muy probable que haya dicho eso. Es posible que no le haya oído bien. «Llámame a las cinco, cariño.» Estoy casi segura de que eso es lo que dijo. Dios mío, no permitas que hable conmigo misma de esta manera. Házmelo saber, por favor, sácame de dudas.
Pensaré en alguna otra cosa. Me quedaré sentada, sin moverme. Si pudiera permanecer sentada e inmóvil... Tal vez podría leer, pero todos los libros tratan de seres que se aman, fiel y dulcemente. ¿Para qué querrán escribir sobre eso? ¿Es que no saben que no es cierto? ¿No saben que es mentira, un condenado embuste? ¿Para qué tienen que hablar de eso, cuando saben cómo duele? Malditos, malditos sean [...] No lo haré. Me quedaré quieta. No hay motivo para que me excite. Mira: supón que él fuese alguien a quien no conoces demasiado bien, supón que fuese otra chica. ¿Qué harías entonces? Sencillamente, le telefonearías y preguntarías: «Aún te estoy esperando. ¿Qué te ha ocurrido?». Eso es lo que haría, sin pensarlo dos veces. ¿Por qué no puedo actuar con naturalidad, tan sólo porque le quiero? Puedo ser natural. Sinceramente, puedo serlo. Le llamaré, y seré natural y agradable. Verás como sí, Señor. Oh, no permitas que le llame, no, no, no.
Vamos a ver, Señor, ¿de veras no vas a hacer que me llame? ¿Estás seguro, Dios mío? ¿No podrías tener la amabilidad de ablandarte un poco? ¿No podrías? Ni siquiera te pido que le hagas telefonearme ahora mismo. Haz que lo haga dentro de un rato, Señor. Contaré hasta quinientos de cinco en cinco. Lo haré lentamente, sin trampas. Si cuando termine no me ha telefoneado, le llamaré yo. Lo haré. Por favor, Dios mío bendito, mi Padre celestial, haz que me llame antes de que termine. Te lo ruego, Señor, por favor.
Cinco, diez, quince, veinte, veinticinco, treinta, treinta y cinco...

sábado, marzo 18, 2006

AHORA SÍ QUE VUELVO!

¡Hola a todos!

Pronto empezaré a colgar las entradas que tengo en el tintero. La cosa ha sido durilla y veréis que han desaparecido casi todos los comentarios antiguos, y, también, que he suprimido las entradas sobre libros que estaban duplicadas con el otro blog (allí sí están). A lo mejor puedo volver a ponerlos y a lo mejor no. Lo único que no funciona es el enlace a la página de Marcóticos, no sé por qué, pero me dice que tengo el acceso prohibido, aunque sí puedo entrar desde mis favoritos (¡he comprobado la dirección y es la misma, la he borrado y vuelto a escribir una docena de veces!)
¿A alguno de los sabios que pasean por aquí se le ocurre una explicación/solución?


Por último, quiero rendir una apasionado homenaje a Daniel, que es resposable del 99 por ciento de la restauración. Creo que sin él, habría abandonado de pura rabia e impotencia. ¡Gracias, querido, te debo una!

martes, enero 10, 2006

MÁS NOVEDADES

¡Más novedades! Como leo mucho y me salen muchas entradas sobre libros, he decidido abrir un tercer blog sólo para libros, literatura y temas afines. Así que he trasladado las tres entradas que había aquí a uno nuevo que se llama Todo está en los libros y cuyo enlace tenéis también a la izquierda. Dejo las entradas originales aquí, sobre todo porque me da pena modificar este blog y, además, eliminar con ello vuestros comentarios (que no sé cómo trasladar, si es que es posible; se admiten consejos).
En realidad todo esto tiene que ver con mi manía por el orden. La cosa estaba empezando a resultar un poco dispersa, y creo que si se diversifica demasiado, algunas cosas interesantes se pierden en el todo. Así que Las mareas de la memoria quedará para reflexiones, recuerdos y cosas más íntimas, y por tanto afines con el título. Aunque a este paso voy a llenar el ciberespacio de blogs y eso también va a resultar un poco coñazo. Supongo que tendré que acabar creando una página más compleja donde pueda incluirlo todo, pero eso queda para más adelante; bastante más adelante, que ya me estoy complicando la vida cibernaútica más de la cuenta...

jueves, diciembre 01, 2005

ORDEN, DESORDEN Y ZEN




(Esto iba ser un comentario a los vuestros sobre la entrada anterior, pero se ha alargado tanto que me ha parecido mejor colgarlo como una nueva entrada).

¡Vaya, interesante polémica! Daniel, yo no he dicho que la gente desordenada padezca de pereza mental, sino que hay cierto tipo de desorden que es característico de los perezosos mentales (en este caso, ni son todos los que están, ni están todos los que son). Y de hecho en mi primer comentario hablaba de otra futura entrada sobre el asunto.
En cuanto a lo del caos ordenado y el orden caótico, son también otro tema, que quizá también resultaría interesante abordar en el futuro.

Lo cierto es que yo casi siempre encuentro lo que busco (el 99% por ciento de la veces) pero hay una pequeña porción en la que no (ese 1%), que resulta desesperante, y por lo general coincide con un quebrantamiento de la propia rutina. Yo, por ejemplo, siempre dejo las gafas en el mismo lugar cuando me las quito (en su funda en el cuarto de baño cuando me pongo las lentillas, y en la mesita que tengo junto a la cama antes de apagar la luz), pero el día que no lo hago, y en las pocas ocasiones en las que no llevo las lentillas, no las encuentro porque... ¡las necesito para poder buscarlas! (¡He llegado a ponerme las lentillas otra vez, sólo para buscar las gafas!).
Ahora estoy buscando un poema que escribí hace tiempo (muchos años); bien, pues he conseguido encontrar todos los poemas que he escrito en mi vida, menos ese! Seguramente porque como es uno de los que me parecían más aprovechables, en algún momento lo separé del resto para tenerlo más a mano... (Todavía confío en encontrarlo, Max, te lo debo).

Por último, a pesar de ser tan ordenada, tengo un pequeño problema (porque soy también un poco "atabalada" -una palabra catalana que tiene un matiz que no tiene equivalente en castellano, a medio camino entre ansiosa y precipitada): se me "despegan" las cosas sin darme cuenta. Voy con algo en las manos para guardarlo en su sitio y suena el teléfono, o llaman a la puerta, o recuerdo algo urgente que tengo que hacer... y suelto el objeto donde me pille (a veces en lugares muy, muy insólitos) y después, aunque por lo general acaba apareciendo, puedo tardar días y hasta semanas en encontrarlo; precisamente porque está en un lugar "inadecuado" donde nunca se me ocurriría buscarlo (incluso puedo pasar por delante de él varias veces sin verlo).

Así perdí mi broche favorito y más querido (un regalo de amor en su momento) un pájaro Dodó que quizá algunos recordáreis por haberlo visto, porque lo llevaba casi siempre prendido. Un día salí hacia el aeropuerto con el tiempo justo y un equipaje muy voluminoso. Lo había dejado aparte para ponérmelo y con las prisas casi olvidé hacerlo. En el último momento, lo cogí con la intención de prendérmelo en el taxi, durante el trayecto. Con él en la mano, y tirando de la maleta y demás bultos con la otra, fui al quiosco a comprar el periódico, lo solté un momento para sacar el monedero... y olvidé recogerlo. Cuando me dí cuenta ya estaba en el avión y nunca apareció (a pesar de que pregunté por él a mi regreso). Lloré de rabia, porque además del valor sentimental me gustaba mucho porque era muy original.

Ahora ya no sufro tanto por las cosas que pierdo. Con el paso del tiempo he elaborado una especie de doctrina Zen al respecto: no vale la pena preocuparse por la pérdida de un objeto; si al final aparece habrás pasado un mal rato innecesario, y si no aparece, preocuparte no va a cambiar el resultado...

martes, noviembre 29, 2005

PEREZA MENTAL


Ya mayor, he aprendido a utilizar el término en contextos diversos, pero no ha sido hasta hace poco que he comprendido con claridad el verdadero sentido que mi madre le daba entonces. La pereza mental, que va siempre unida al descuido y a la falta de atención, es uno de los vicios más comunes e infantiles entre los adultos. El esfuerzo que conlleva hacer algo mal, o guardar las cosas fuera de lugar, supone el mismo gasto de energía que hacerlo correctamente. La única forma de ahorrar esa energía es no hacerlo. Cuesta exactamente el mismo trabajo recoger una habitación que hacer que solo parezca recogida -y creo que esto es lo que mi madre quería que comprendiéramos-, con la diferencia de que lo primero es mucho más útil: suele servir para encontrar las cosas más tarde. Por tanto, a medio plazo incluso ahorra energía porque no hay que desperdiciar tiempo ni esfuerzos buscándolas (¿dónde demonios lo puse?). La diferencia es que para guardar cada cosa en su lugar (entendiendo por su lugar cualquier sitio que resulte razonable) antes hay que dedicar unos segundos a pensar cómo o dónde.

Una cierta dosis de disciplina mental es la base del pensamiento lógico y por tanto de ella depende todo lo que de razonable pueda haber en el ser humano. Por eso, analizar el grado de pereza mental de aquellos que nos rodean puede constituir un buen criterio a la hora de juzgar a las personas. Me explico: desde que me fui de casa he conocido toda clase de personas, hombres y mujeres, y he convivido con algunas —a veces por elección y otras por necesidad— casi siempre con resultados desastrosos (en ambos casos). A lo largo de los años he podido constatar que la mayoría estaban gravemente aquejados de pereza mental; es decir, sus cabezas estaban fatalmente amuebladas. A primera vista puede parecer que es asunto baladí (¡qué bonita palabra!) pero —aparte de hacerme la vida difícil a mí, que soy bastante ordenada y un poco maniática— me ha permitido descubrir que la pereza mental suele ser el atributo de aquellos que se preocupan más por las apariencias que por la esencia de las cosas (hay algunas excepciones: aquellos cuya actividad mental es tan sumamente abstracta que realmente no pueden reparar en nada de lo que les rodea; pero seres tan excepcionales no suelen abundar). Ergo, eran seres simples y superficiales por mucho barniz intelectual que se aplicaran (a pesar de que en los tiempos que corren ser tildado de intelectual es poco menos que un insulto).

APOSTILLA: Que nadie piense que mi madre era una mujer severa; una vez ordenadas correctamente nuestras habitaciones, enseguida olvidaba su enfado, recuperaba su buen humor habitual y jamás mantenía los castigos impuestos durante la acalorada discusión.

EPÍLOGO: Es de cajón que este pequeño relato, aparecido en el mismo recuento de papeles que el anterior, también se lo dedico a mi madre, aunque tampoco pueda leerlo.

domingo, noviembre 27, 2005

LA CAJA DE MÚSICA


Esta es la caja de música cerrrada
Desde muy pequeña quise tener una casa de muñecas, pero sabía que mi madre no me la compraría porque no nos lo podíamos permitir. La casa de muñecas formaba parte de una colección de objetos celosamente atesorados en algún rincón de mi cabeza con una etiqueta que decía: «cosas que me compraré cuando sea mayor y tenga mi propio dinero».
A los doce años vi El juez de la horca, de John Huston (en aquel cine, el Lido de Barcelona, aplicaban la política de que acccediera todo aquel que pudiera costear la entrada) y un detalle de la película quedó grabado en mi memoria; Roy Bean, el juez, le prometía a su amante mexicana que le regalaría una caja de música para que guardase sus joyas como hacían las auténticas señoras. Al final, le compraba la caja de música, casi demasiado tarde, porque cuando se la entregaba ella agonizaba. Desde ese día la caja de música, ocupó su lugar junto a la casa de muñecas y todos aquellas cosas que deseaba y no podía tener.
Pasaron algunos meses, volvimos a establecernos en Madrid y poco después llegó mi decimotercer cumpleaños. La mañana de ese día mi madre me pidió, como tantas otras veces, que la acompañara a hacer la compra. Pero en lugar de encaminarnos hacia el mercado, subimos hasta el principio de nuestra calle, donde había una lujosa tienda de regalos que se llamaba (todavía lo recuerdo) Toupie.
Entramos, mi madre pidió que le mostraran las cajas de música, la señora sacó varias, pequeñas y modestas —y que me parecieron muy feas— cuando comprendió que era para mí, solo una niña. No me gustaron y a mi madre tampoco, recuerdo que todas eran alargadas como minúsculos ataúdes. Mi madre leyó la decepción en mi cara y pidió que le mostraran otras mejores. La señora dijo que las otras eran muy caras, mi madre, aunque probablemente no contaba con gastar tanto, insistió. La señora entró en la trastienda y trajo otras más lujosas. Tres cajas de esas que al abrirse tienen dos pisos, y las abrió. Dos de ellas también eran feas, con una ridícula bailarina de plástico y tules que giraba al son de la música. Pero la tercera era preciosa: en el exterior había un paisaje lacado en rojo y negro con incrustaciones de nácar; en el interior de la tapa, un espejo en él estaba pintado un delicado paisaje marino con barquitos y gaviotas blancas sobre un mar de tinta azul. Supongo que mi madre leyó el placer en mi cara porque señaló y dijo: «esa». La señora la envolvió y mi madre se apartó para que yo no viera como la pagaba (se supone que es de mal gusto dar a conocer el precio de los regalos, y supongo que tampoco quería que yo la rechazara al comprender que era demasiado cara). No sé cuanto costó pero estaba segura de que mucho, el regalo más lujoso que podía tener una mocosa de trece años.
Durante días la mostraba orgullosa a todos los que venían a casa, incluso invité a mis amigas del colegio a casa sólo para que la vieran. Durante años fue una de mis posesiones más preciadas, un tesoro que yo mostraba siempre a mis nuevas amigas.
La limpiaba con obsesión, le sacaba brillo hasta dejarla reluciente y me encantaba darle cuerda y oir la música. Tenía una melodía suave y delicada, muy oriental, y distinta del habitual Para Elisa. Mi afán de limpieza fue causa de un gran disgusto: tratando de limpiar el espejo, empañado por el polvo y el manoseo, utilicé alcohol, mientras lo frotaba comprobé aterrada como se borraba el precioso paisaje; aunque dejé de frotar y soplé sobre el cristal para que el alcohol se evaporara, desaparecieron casi todas las gaviotas y sólo se salvaron dos barquitos y la montaña del fondo. El disgusto me duró varios días.



La caja de música abierta, en el espejo tadavía

se aprecian los dos barquitos, la montaña

y, a la izquierda, una solitaria gaviota

A medida que me hice mayor la caja de música perdió parte de su relevancia. Aunque ya no le daba cuerda para que siempre sonara la melodía al abrirla, ni la mostraba entusiasmada a cada visitante, siempre me inspiró un cariño especial y nunca dejó de cumplir su misión como joyero. Con el paso del tiempo sufrió pequeños desperfectos, golpes y rayaduras, pequeñas heridas irreversibles... y dejó de ser única para verse acompañada de multitud de cajas, con y sin música, pues se despertó en mí la pasión por coleccionarlas. Hoy, con su paisaje medio borrado y las marcas de los golpes, sigue siendo la más hermosa y querida de mi colección.

(Esto es una cosa que escribí hace años, que le dedico a mi madre, a pesar de que como donde está no tiene internet, no puede leerla de momento).

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martes, noviembre 22, 2005

VAPORES DE ALCOHOL


Anoche cené, con una amiga muy estupenda que me aprecia como pocos, en un restaurante donde disfruté del mejor Steak Tartare (soy carnívora, lo siento) que he comido en mi vida. Es un restaurante un poco pretencioso pero con una cocina fantástica, y el maître es un convencino de mi amiga.
El lugar es de esos que amenizan la velada con un pianista. La primera serie del pianista fue agradable y nada más. La segunda me recordó una anécdota con un antiguo amor, y para los que vivís en Madrid (y tenéis cierta edad), un viejo y querido lugar que ya no existe. El piano despertó un pequeño recuerdo dormido. No sé si muchos recordarán El Avión, un bar, casi mítico cerca de la plaza de Manuel Becerra, que cerró pocos meses después de que yo me trasladara a vivir a Barcelona, es decir, hace algo más de una década. Era un antro oscuro y destartalado, que se caracterizaba básicamente por dos aspectos: el suelo alfombrado de las cáscaras de pipas que la casa servía de forma gratuita con todas las consumiciones, y su pianista, casi tan vetusto como el local, que amenizaba las veladas interpretando baladas y tangos. (Al poco tiempo de cerrar el local el pianista murió, dicen que de nostalgia.)
Fue allí donde una noche recibí el elogio/piropo más fantástico que me han dedicado jamás. Estaba con alguien a quien quería mucho (y por quien entonces me sentía muy querida) –el mismo que en la dedicatoria de Nadie es perfecto, un libro de entrevistas con Billy Wilder que me regaló, fue capaz de escribir: «Nadie es perfecto, aunque tú me haces dudarlo». En cierto momento abandoné la mesa para ir al baño; cuando regresé él me dijo: «no te la vas a creer, pero el de la mesa de al lado (en la que había dos parejas mixtas) me ha dicho: ‘Enhorabuena, la chica que está contigo es preciosa’, cuando le he pedido que esperara a que tú regresaras y te lo dijera en persona, él me ha contestado: ‘te lo digo a ti, porque el mérito es tuyo por haberla conquistado’ (quizá las palabras no fueron exactamente esas, pero eso fue lo que dijo el desconocido).
Mi acompañante era zalamero por naturaleza, así que mientras me lo contaba, le di poco crédito, pensando que era una historia que había inventado para mí, para hacerme sentir bien (o aún mejor, porque bien, estupendamente, ya me sentía)... hasta que «el de la mesa de al lado», que debía haber captado parte de nuestra conversación, se decidió a interrumpirnos para corroborar que lo que mi acompañante me contaba, había ocurrido así. No me he sentido tan halagada en toda mi vida. Esa noche mi cotización, que por entonces era muy alta, subió varios puntos, pues nada incita tanto a valorar lo que tenemos, como el hecho de que otros lo aprecien o envidien...
Los mecanismos de la memoria son insólitos, ya he apuntado algo en este sentido en otra de las entradas, pero lo cierto es que este recuerdo casi olvidado ha regresado con los compases de una vieja balada sentimental –Killing me softly with his song–, interpretada por un pianista desconocido. La única canción que el peculiar pianista de El Avión, que era muy suyo, accedió a interpretar una noche (otra distinta de la que he referido) a petición de uno de los clientes (el mismo que aquella otra noche), que la solicitaba para su enamorada (la misma de aquella otra noche).
Lo que antecede es muy personal y quizá un poco ñoño; lo escribí anoche, aunque lo he pulido un poco hoy. Algo debieron tener que ver con ello, la botella de vino que mano a mano nos bebimos, los cuatro carajillos y los cuatro limoncinos... pero me hace gracia publicarlo aquí para que lo leáis.

domingo, noviembre 13, 2005

APOSTASÍA


Mi amigo Max, indignado con la últimas campañas
de la iglesia católica, propone desde su página
("la oficina imaginaria", a la que puedes acceder
desde el enlace que tienes a la izquierda) que todos
aquellos que son "no creyentes pasivos" se conviertan
en "no creyentes activos".
Es decir apostatar de la religión católica para que la iglesia deje de contarnos entre sus fieles. Desde aquí quiero apoyar la iniciativa y animo a todos aquellos que figuráis como católicos por omisión - es decir, porque
en su momento os bautizaron-, pero no sois creyentes ni practicantes, a "daros de baja" de la iglesia. En la página encontráreis información y enlaces para acceder al formulario que hay que rellenar.

lunes, noviembre 07, 2005

...A ZURDAS

Lo que sigue se suscitó en una conversación con Max
de Sastre. Naturalmente, para darse cuenta de los inconvenientes de ser zurdo, hay que serlo. Los zurdos han tenido mala prensa desde el origen de los tiempos; "hacer las cosas a zurdas" es sinónimo de hacerlas mal.

Etimologías
En latín, sinistra tiene un significado ciertamente siniestro; en alemán link significa también avergonzado y confuso; en inglés left, es débil o fláccido; en euskera esku erki se equipara a "media mano"... Mientras que rigth significa además de derecho, correcto; y diestro
es también hábil. Sólo aplicado a la política el vocablo izquierda goza de cierto significado positivo, pues "ser
de izquierdas", se asocia con la defensa de ideas progresistas.

Escollos cotidianos
Son muchos los objetos y aparatos diseñados sólo pensando en los diestros: las cámaras de fotos y de vídeo tienen el disparador y los visores móviles a la derecha, si además llevan un artilugio para apoyarlas sobre el hombro, este está diseñado para el derecho; el freno de mano de un coche está colocado de forma que pueda ser accionado con la mano derecha; en los torniquetes del metro y los ferrocarriles el billete debe introducirse por la derecha, y el paso queda a la izquierda -sólo los más antiguos de Barcelona son a zurdas, pero lo están "arreglando" con los nuevos. Por cierto, que Barcelona
es una de las pocas ciudades donde los trenes del metro entran en el andén desde la izquierda-; los interruptores de luz suelen estár situados a la derecha y las cerraduras exteriores de los pisos a la izquierda, para facilitar el acceso de una llave empuñada con la mano derecha (pues la izquierda, al girar, tropieza con el marco en el que se encaja la puerta). Hasta hace poco, los ratones de ordenador eran también diestros... La culata de un fusil se apoya en el hombro derecho y el punto de mira es también diestro (así que los zurdos lo tenemos más fácil para ser objetores). Las espadas y los cetros, se sostienen con la derecha. En la lucha, la mano izquierda sostiene
el escudo (es decir protege de forma pasiva) mientras la derecha empuña el arma y agrede, y también es la mano derecha la que lanza las flechas de los arcos.
Las cuerdas de las guitarras (y las guitarras mismas y demás instrumentos de cuerda que se sostienen entre las manos), las teclas de los saxos y similares, y los botones de la mayoría de los equipos audiovisuales, son también diestros. Los filos de los cuchillos, las tijeras, los cazos con vertedor y los pitorros de las pavas, las paletas de pescado, los abrelatas manuales, y la mayoría de los auxiliares de cocina que no son simétricos, están diseñados para ser empuñados por la mano derecha.
Las espirales y anillas de cuadernos y carpetas están
a la izquierda, una incomodidad para los que empuñan la herramienta de escribir con la izquierda. De hecho la escritura occidental misma, es diestra. Las sillas de estudiante con tablero incorporado, son también objetos imposibles para los zurdos.
Todas las cosas que giran -grifos, bombillas, tornillos, clavijas- se enroscan el en el sentido de las agujas del reloj (ya he encontrado la regla mnemotécnica, Max), que si es de muñeca, también está diseñado para ser llevado en la izquierda y manipulado con la derecha.

A derechas
El saludo militar, el juramento, el saludo cortesano, el apretón de manos, la bendición, la señal de la cruz... se realizan con la mano derecha. Sin embargo, las alianzas -salvo en Cataluña, otra vez-, se llevan en la izquierda; la explicación es práctica y diestra: así no estorban las tareas cotidianas. Una excepción: las condecoraciones y los broches se prenden a la izquierda, aunque en el caso de las primeras, se ordenan de derecha a izquierda según su valor.
En el caso de los vestidos, el masculino se abotona y anuda la derecha y el femenino a la izquierda, reforzando la idea de que lo derecho y bueno va unido a lo masculino y lo izquierdo y malo, a lo femenino.
De forma convencional, en las artes gráficas, el cine y el teatro, se sale por la derecha y se entra por la izquierda. Si se pide a un grupo de gente que representen con un signo su idea de salir, todos los diestros, y la mayoría de los zurdos, dibujarán una flecha que apunta hacia la derecha; la flecha apuntará hacia la izquierda si a continuación se les pide que reflejen la idea de entrar.
Por lo general, los periódicos, las revistas y los libros se leen de izquierda a derecha y lo que interesa destacar
-las imágenes de impacto y, sobre todo, la publicidad a página-, se sitúa en la derecha (la "página buena" o página recto, como se llama desde que Gutemberg inventó la imprenta, mientras que la izquierda recibe
el nombre de verso o anverso).

Iconografía
Las vírgenes (y las madres en general) siempre llevan
el niño en el brazo izquierdo, para dejar libre de actuar
el derecho. Cuentan que el escultor Bonnasieux, autor de la estatua de Notre Dame de France de Puy-en-Velay,
la única que lleva el niño en el brazo derecho, se suicidó
al percatarse de su error.
En la Biblia y los Evangelios, los elegidos se sientan siempre a la diestra de Dios, y los malvados se sitúan a la izquierda. El Corán va más lejos y atribuye a Alá dos manos derechas, pues Dios no puede ser zurdo (a pesar de que los musulmanes escriban de derecha a izquierda y de atrás hacia adelante).
Cuando se persigue a alguien en una representación gráfica, suele ser hacia la derecha, mientras que las entradas triunfales discurren hacia la izquierda. Las banderas siempre ondean hacia la derecha. Tanto en el cine como en la televisión, el teatro, las historietas o los carteles, las acciones que transcurren hacia la derecha sugieren dinamismo. Y las letras cursivas se inclinan hacia la derecha...

Invito tanto a zurdos como a diestros a reflexionar sobre la cuestión y aportar sus propias observaciones al respecto (y cuando descubra cómo se colocan las imágenes en el lugar que uno quiere, y no donde a la plantilla le da la gana, subiré algunas representaciones gráficas interesantes de todo lo que aquí se dice).

viernes, noviembre 04, 2005

PASIONES

Escribo esto aquí por alusiones de Marcóticos en
"La cuarta pared" (quien quiera tiene un enlace a la izquierda), porque no he visto donde se cuelgan los comentarios en su página (si es que hay algún lugar).
Soy una persona apasionada, porque creo que para disfrutar de todo el sabor de la vida hay que entregarse con todas las ganas.
La pasión por la lectura, las películas, la música, los paseos o los viajes, no suele tener consecuencias fatales en ningún caso (todo lo más un pequeño disgusto si un libro o una película defraudan tus expectativas), pero cuando se trata de relacionarse con las personas la cosa se complica, pues siempre se corre el riesgo de tropezar con algún depredador (de ello hablábamos Max de Sastre y yo el otro día). Algunos -quizá los que han tenido peor suerte, están más dolidos, y tratan de protegerse- optan por acorazarse frente a los demás y no manifestar sus sentimientos ni interesarse en exceso por nadie, para que no puedan herirlos, Es decir, evitan ponerse a tiro. El problema es que si quieres evitar las cuchilladas, a lo mejor tampoco te llegan las caricias...
Yo procuro tomar pequeñas precauciones, pero suelo bajar las defensas con relativa facilidad, prefiero confiar en las personas; me fascina conocer gente nueva (hambre de conversaciones estimulantes, curiosidad por comparar puntos de vista y deseos de aprender cosas nuevas) y para eso hay que estar dispuesta.
Si me equivoco y abusan de mí, me aparto, me lamo las heridas y sigo mi camino. Y si la cosa acaba mal por otros motivos, considero que ese es el precio a pagar por lo mucho que he disfrutado mientras duraba. Esto ocurre sobre todo con las relaciones amorosas, ya que parece que la pasión, el enamoramiento, se quema en su propio fuego y no puede durar siempre (tres años como máximo, dicen). Estar en la cima quizá implica acabar en la sima, pero ¡resulta tan extraordinario cuando estás arriba!

jueves, octubre 20, 2005

IN MEMORIAM

Ayer estuve demasiado ocupada con cuestiones de trabajo y los problemas causados por esta página, así que no lo he sabido hasta hoy. Sabía que estaba enfermo, y que se había interrumpido su cita diaria con los lectores. Incluso ayer mismo pensé que, por la edad, quizá no le quedaba demasiado tiempo. Mientras lo pensaba, no sabía que ese tiempo se había agotado ya.
Este texto es de color rojo por razones obvias. No siempre estuve de acuerdo con las cosas que decía, no he compartido muchas de sus opiniones, pero siempre sentía curiosidad por leer lo que cada día decía en su columna. Y un gran respeto. Y cierta ternura. Y mucha compasión; conocí, sólo de forma superficial, a tres de los cuatro hijos que ha enterrado, y siempre he creído que no debe haber nada más terrible que enterrar a un hijo, porque es ley de vida que tus descendientes te sobrevivan.
En un último gesto, este cronista/analista de insaciable curiosidad ha donado su cuerpo a la ciencia... Hasta siempre Haro!

miércoles, octubre 19, 2005

SERVIDUMBRES CIBERNÉTICAS


... y es que la ciencia progresa que es es una barbaridad!
El primer televisor (uno en B/N de 14 pulgadas) llegó a casa poco antes de la muerte de Franco (quizá en el '74), y aunque mi hermano llegó a tener un Spectrum (si mal no recuerdo), yo no entré en contacto con un ordenador hasta principios de los '90. Hace unos 15 años compré mi primer contestador: estaba enamorada y quería librarme de la dependencia del teléfono. El contestador me permitía saber que aquella persona había llamado, y oir su voz, sin tener que renunciar a ir al cine o salir con los amigos, cuando él andaba viajando por el mundo. Lo sentí como liberador, pero he de reconocer que todas las noches, cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era escuchar los mensajes.
Compré mi primer ordenador (un armatoste de segunda mano) un poco después, al llegar a Barcelona, cuando empecé a trabajar escribiendo textos para colecciones de quiosco. Me costó 100.000 pesetas de entonces, pero soy muy perfeccionista y lo de repetir continuamente las páginas, aunque fuera en una máquina electrónica, me sacaba de quicio. Cuando quedó claro que me iba a ganar la vida con ello, compré uno nuevo, modesto pero mejor, que ya tenía conexión con internet.
Mientras tanto, la gente que me rodeaba se había ido comprando móviles. Mi primer móvil fue un aparato (grande y de aquellos que llevaban una antena que había que desplegar) ya viejo y obsoleto (como mi primer ordenador) cuando lo recibí, que me dió mi madre cuando se compró uno más moderno, y de eso no hace tanto tiempo. Era casi anacrónico, pero para mí, cumplía su servicio (básicamente acceder a un teléfono en circunstancias difíciles, o localizar al otro cuando la cita es en la calle y ha habido un despiste o un retraso).
Mientras, llegó el momento de cambiar de ordenador (¡envejecen tan rápido!).
El médico me aconsejó que comprara uno que me permitiera trabajar con los codos apoyados sobre la mesa (por la cosa de las tendinitis), y pensé en comprar uno estacionario con pantalla plana, para poder colocarlo al fondo del escritorio. Al final opté por un portátil que me permitía el mismo montaje, ocupaba menos y podía llevar conmigo cuando viajaba (de esto apenas hace dos años).
Por las mismas fechas cambié mi móvil por uno más moderno (que ya se ha quedado antiguo, pero no me importa) con un montón de prestaciones que nunca he utilizado. Ahora, cuando salgo de casa me inquieta olvidarme el móvil (aunque no suelo volver por él si eso ocurre) y cuando viajo, llevo siempre un peso adicional: el ordenador. Y donde quiera que esté busco tiempo para conectarme: reviso el correo de Outlook, luego el de Gmail, después visito las páginas de mis amigos, y ahora también la mía, para ver si hay novedades... y me horroriza pensar que el ordenador pueda tener una avería que me impida accceder a todas esas cosas. Me sentiría muda y ciega.
A pesar de todo, trato de conservar cierta distancia: tuve un corto periodo de semiadicción al chat, pero descubrí que se miente mucho y la gente acaba siendo menos interesante de lo que promete. Prefiero la opción inversa a la habitual; hacerlo con gente que conozco y en ese momento está fuera de mi alcance, pues me niego a permitir que una pantalla sustituya el placer de tocar, o simplemente sentir cerca, a las personas que quiero. Aunque me alegro mucho de que exista un medio que facilite el contacto cuando están lejos (desde Barcelona, a veces los extraño mucho). Por otra parte, desde que tengo ordenador, me escribo mucho más con mis amigos, solo que en vez de usar sobres y sellos, mando las cartas por mail.
Si recibo llamadas en el móvil mientras estoy acompañada, trato de que la conversación sea breve, pues me parece una falta de educación tener a los demás a la espera de que tú cuelgues; y todavía me da cierta vergüenza atender el móvil cuando estoy rodeada de gente, o en un transporte público, situaciones en las que todos se enteran de lo que hablas.
Pero si salgo a cenar y luego quiero quedar con otros para tomar una copa, el móvil me permite concretar la cita, y si recibo una llamada de alguien que me importa, oir su voz me produce un gran placer...

martes, octubre 18, 2005

ALGUNOS PORQUÉS DE ONDINA




Ondina, by Rackham.

La página se llama así porque hace tiempo, cuando me instalé en Barcelona, empecé a escribir una novela bajo ese título. Tenía que ver con el reencuentro con la ciudad (nací aquí) y con la forma en que los lugares, los objetos o los olores despiertan los recuerdos dormidos. La novela ya nunca se escribirá, aunque de ella han nacido otros libros posibles que tal vez si se lleguen a escribir. También porque la memoria, los recuerdos y sus mecanismos de recuperación, me interesan mucho, en el sentido científico y ensayístico, y porque las memorias y las biografías, es decir, lo que la gente escribe sobre sí misma o sobre otros, constituyen una de mis lecturas favoritas.
Lo de las mareas tiene que ver con las olas que forman a veces los recuerdos cuando te asaltan (pues los recuerdos llegan hasta la conciencia como objetos traídos por la resaca), y con mi fascinación por el mar (como Serrat, yo también nací en el Mediterráneo), una de las razones que más pesaron a la hora de tomar la decisión de dejar Madrid (que, por desgracia, no tiene mar, y a la que a pesar del cariño que le tengo y la frecuencia con que vuelvo, no me arrepiento de haber abandonado).
Lo de Ondina, ninfa de las aguas, tiene mucho que ver con ello y con la fascinación que la lectura de la obrita del mismo nombre, y cuyo autor es Friedrich de la Motte Fouqué, despertó en mí cuando la descubrí. De una forma muy curiosa: cuando tenía unos 16 años, tuve un novio charlatán, pero muy ameno, al que le gustaba contar historias, y en una reunión de amigos nos contó la historia de Ondina, la ninfa que renunció a la inmortalidad por el amor de un humano... y no sigo contando porque no quiero estropear la historia a aquellos que se decidan a leerla (cosa que recomiendo encarecidamente). Fascinada por el relato busqué, sin éxito, una edición del libro, hasta que el padrino de mi hermano (que había asistido a una conversación familiar en la que mencioné mi infructuosa búsqueda) me regaló su ejemplar, ya usado, y en una barata edición de bolsillo sin ilustraciones. A pesar de la modestia del presente, es uno de los mejores regalos que he recibido nunca (aunque creo que él nunca llegó a saber cúanto aprecié su gesto). Leí la historia que hasta entonces sólo conocía en una versión oral extensa pero abreviada, y aún me gustó más. Con el paso del tiempo, se ha convertido en una especie de libro-fetiche.
Los que puedan estar interesados en leerla, deben saber que es una historia muy romántica y triste, que acaba mal. Por otro lado es muy breve, y se lee con facilidad. (Algunos años después, Olañeta realizó una cuidada y preciosa edición ilustrada, que también compré). Curiosamente, he vuelto a leer Ondina muchas veces y, sin embargo, nunca he intentado leer alguna otra cosa del autor (¿quizá, sin saberlo, miedo a que el resto de su producción me decepcione?), una laguna que en este momento me propongo correr el riesgo de rellenar.

lunes, octubre 17, 2005

MENUDENCIAS

Pensaba colgar algunas otras cosas que me rondan la cabeza, pero me ha impresionado el artículo de hoy en El País, de Rosa Montero (supongo que lo podéis leer entrando en la página del periódico, que creo que ahora es de libre acceso, si no, me lo decís e intentaré escanearla y colgarla aquí). Me conmueve su capacidad de emocionarse no sólo con las grandes tragedias, sino también con las minúsculas. Con los 10.000 balseros muertos que yacen en el fondo del Caribe y con la desventura de un pobre gatito, perdido entre los raíles del metro. Yo, "de mayor", quiero ser como ella y conservar la capacidad de que me duelan las tragedias ajenas, sea cual sea su índole y dimensión. (Esto podría abrir un debate muy interesante acerca de la capacidad de emocionarse y de la necesidad de conocer el dolor, al menos en cierta medida, para poder apreciar el placer).
La segunda cuestión que me suscita la lectura viene de un viejo debate entre amigos (hablábamos de como muchos intelectuales de izquierdas no son tan críticos con los desmanes de los comunistas como con los de los "fachas") en el cual algunos afirmaban que Rosa Montero no condenaba de forma clara y abierta la dictadura, que lo es, de Fidel Castro. Yo defendía que sí lo hacía. A los pocos días de tal debate, ella publicó un artículo, también en la última página de El País (si alguien quiere la referencia creo que puedo encontrarla), donde quedaba clara su posición al respecto, refrendada por lo que hoy escribe.
Como no quiero que las entradas resulten tediosas a causa de la longitud, lo dejo aquí.

domingo, octubre 16, 2005

PRESENTACIÓN

Me incita la envidia. Todo el mundo abre una blog, así que yo también quiero una. Pensaba que sería más complicado, pero en realidad es sencillo. (Gracias, Daniel por mostrarme que era tan fácil; y gracias, Luis, pues la he creado desde tú página). Supongo que hasta que le coja el tranquillo, la cosa resultará un poco sosa, pero tened un poco de paciencia, porque todavía no tengo muy claro para qué la quiero, ni las posibilidades técnicas. Empiezo por algo simple y reciente: el miércoles pasado estuve en el Festival de Sitges. Fui a ver la película de Jordi Torrent L'est de la brúixola (El este de la brújula), que me pareció fascinante. Jordi es un viejo (¿viejo?) amigo de mi hermano al que en 20 años he visto pocas de veces, y al que conozco más por las referencias verbales de Daniel que por haber conversado con él. En fin, la película es estupenda y espero que llegue a las salas comerciales para que todo el mundo pueda verla. Podéis encontrar un comentario más extenso, que suscribo casi por completo, en laoficinaimaginaria.blogspot.com