Las mareas de la memoria

Cajón de sastre donde escribo cosas que siento y pienso.

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Lugar: Barcelona, Spain

jueves, octubre 20, 2005

IN MEMORIAM

Ayer estuve demasiado ocupada con cuestiones de trabajo y los problemas causados por esta página, así que no lo he sabido hasta hoy. Sabía que estaba enfermo, y que se había interrumpido su cita diaria con los lectores. Incluso ayer mismo pensé que, por la edad, quizá no le quedaba demasiado tiempo. Mientras lo pensaba, no sabía que ese tiempo se había agotado ya.
Este texto es de color rojo por razones obvias. No siempre estuve de acuerdo con las cosas que decía, no he compartido muchas de sus opiniones, pero siempre sentía curiosidad por leer lo que cada día decía en su columna. Y un gran respeto. Y cierta ternura. Y mucha compasión; conocí, sólo de forma superficial, a tres de los cuatro hijos que ha enterrado, y siempre he creído que no debe haber nada más terrible que enterrar a un hijo, porque es ley de vida que tus descendientes te sobrevivan.
En un último gesto, este cronista/analista de insaciable curiosidad ha donado su cuerpo a la ciencia... Hasta siempre Haro!

miércoles, octubre 19, 2005

SERVIDUMBRES CIBERNÉTICAS


... y es que la ciencia progresa que es es una barbaridad!
El primer televisor (uno en B/N de 14 pulgadas) llegó a casa poco antes de la muerte de Franco (quizá en el '74), y aunque mi hermano llegó a tener un Spectrum (si mal no recuerdo), yo no entré en contacto con un ordenador hasta principios de los '90. Hace unos 15 años compré mi primer contestador: estaba enamorada y quería librarme de la dependencia del teléfono. El contestador me permitía saber que aquella persona había llamado, y oir su voz, sin tener que renunciar a ir al cine o salir con los amigos, cuando él andaba viajando por el mundo. Lo sentí como liberador, pero he de reconocer que todas las noches, cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era escuchar los mensajes.
Compré mi primer ordenador (un armatoste de segunda mano) un poco después, al llegar a Barcelona, cuando empecé a trabajar escribiendo textos para colecciones de quiosco. Me costó 100.000 pesetas de entonces, pero soy muy perfeccionista y lo de repetir continuamente las páginas, aunque fuera en una máquina electrónica, me sacaba de quicio. Cuando quedó claro que me iba a ganar la vida con ello, compré uno nuevo, modesto pero mejor, que ya tenía conexión con internet.
Mientras tanto, la gente que me rodeaba se había ido comprando móviles. Mi primer móvil fue un aparato (grande y de aquellos que llevaban una antena que había que desplegar) ya viejo y obsoleto (como mi primer ordenador) cuando lo recibí, que me dió mi madre cuando se compró uno más moderno, y de eso no hace tanto tiempo. Era casi anacrónico, pero para mí, cumplía su servicio (básicamente acceder a un teléfono en circunstancias difíciles, o localizar al otro cuando la cita es en la calle y ha habido un despiste o un retraso).
Mientras, llegó el momento de cambiar de ordenador (¡envejecen tan rápido!).
El médico me aconsejó que comprara uno que me permitiera trabajar con los codos apoyados sobre la mesa (por la cosa de las tendinitis), y pensé en comprar uno estacionario con pantalla plana, para poder colocarlo al fondo del escritorio. Al final opté por un portátil que me permitía el mismo montaje, ocupaba menos y podía llevar conmigo cuando viajaba (de esto apenas hace dos años).
Por las mismas fechas cambié mi móvil por uno más moderno (que ya se ha quedado antiguo, pero no me importa) con un montón de prestaciones que nunca he utilizado. Ahora, cuando salgo de casa me inquieta olvidarme el móvil (aunque no suelo volver por él si eso ocurre) y cuando viajo, llevo siempre un peso adicional: el ordenador. Y donde quiera que esté busco tiempo para conectarme: reviso el correo de Outlook, luego el de Gmail, después visito las páginas de mis amigos, y ahora también la mía, para ver si hay novedades... y me horroriza pensar que el ordenador pueda tener una avería que me impida accceder a todas esas cosas. Me sentiría muda y ciega.
A pesar de todo, trato de conservar cierta distancia: tuve un corto periodo de semiadicción al chat, pero descubrí que se miente mucho y la gente acaba siendo menos interesante de lo que promete. Prefiero la opción inversa a la habitual; hacerlo con gente que conozco y en ese momento está fuera de mi alcance, pues me niego a permitir que una pantalla sustituya el placer de tocar, o simplemente sentir cerca, a las personas que quiero. Aunque me alegro mucho de que exista un medio que facilite el contacto cuando están lejos (desde Barcelona, a veces los extraño mucho). Por otra parte, desde que tengo ordenador, me escribo mucho más con mis amigos, solo que en vez de usar sobres y sellos, mando las cartas por mail.
Si recibo llamadas en el móvil mientras estoy acompañada, trato de que la conversación sea breve, pues me parece una falta de educación tener a los demás a la espera de que tú cuelgues; y todavía me da cierta vergüenza atender el móvil cuando estoy rodeada de gente, o en un transporte público, situaciones en las que todos se enteran de lo que hablas.
Pero si salgo a cenar y luego quiero quedar con otros para tomar una copa, el móvil me permite concretar la cita, y si recibo una llamada de alguien que me importa, oir su voz me produce un gran placer...

martes, octubre 18, 2005

ALGUNOS PORQUÉS DE ONDINA




Ondina, by Rackham.

La página se llama así porque hace tiempo, cuando me instalé en Barcelona, empecé a escribir una novela bajo ese título. Tenía que ver con el reencuentro con la ciudad (nací aquí) y con la forma en que los lugares, los objetos o los olores despiertan los recuerdos dormidos. La novela ya nunca se escribirá, aunque de ella han nacido otros libros posibles que tal vez si se lleguen a escribir. También porque la memoria, los recuerdos y sus mecanismos de recuperación, me interesan mucho, en el sentido científico y ensayístico, y porque las memorias y las biografías, es decir, lo que la gente escribe sobre sí misma o sobre otros, constituyen una de mis lecturas favoritas.
Lo de las mareas tiene que ver con las olas que forman a veces los recuerdos cuando te asaltan (pues los recuerdos llegan hasta la conciencia como objetos traídos por la resaca), y con mi fascinación por el mar (como Serrat, yo también nací en el Mediterráneo), una de las razones que más pesaron a la hora de tomar la decisión de dejar Madrid (que, por desgracia, no tiene mar, y a la que a pesar del cariño que le tengo y la frecuencia con que vuelvo, no me arrepiento de haber abandonado).
Lo de Ondina, ninfa de las aguas, tiene mucho que ver con ello y con la fascinación que la lectura de la obrita del mismo nombre, y cuyo autor es Friedrich de la Motte Fouqué, despertó en mí cuando la descubrí. De una forma muy curiosa: cuando tenía unos 16 años, tuve un novio charlatán, pero muy ameno, al que le gustaba contar historias, y en una reunión de amigos nos contó la historia de Ondina, la ninfa que renunció a la inmortalidad por el amor de un humano... y no sigo contando porque no quiero estropear la historia a aquellos que se decidan a leerla (cosa que recomiendo encarecidamente). Fascinada por el relato busqué, sin éxito, una edición del libro, hasta que el padrino de mi hermano (que había asistido a una conversación familiar en la que mencioné mi infructuosa búsqueda) me regaló su ejemplar, ya usado, y en una barata edición de bolsillo sin ilustraciones. A pesar de la modestia del presente, es uno de los mejores regalos que he recibido nunca (aunque creo que él nunca llegó a saber cúanto aprecié su gesto). Leí la historia que hasta entonces sólo conocía en una versión oral extensa pero abreviada, y aún me gustó más. Con el paso del tiempo, se ha convertido en una especie de libro-fetiche.
Los que puedan estar interesados en leerla, deben saber que es una historia muy romántica y triste, que acaba mal. Por otro lado es muy breve, y se lee con facilidad. (Algunos años después, Olañeta realizó una cuidada y preciosa edición ilustrada, que también compré). Curiosamente, he vuelto a leer Ondina muchas veces y, sin embargo, nunca he intentado leer alguna otra cosa del autor (¿quizá, sin saberlo, miedo a que el resto de su producción me decepcione?), una laguna que en este momento me propongo correr el riesgo de rellenar.

lunes, octubre 17, 2005

MENUDENCIAS

Pensaba colgar algunas otras cosas que me rondan la cabeza, pero me ha impresionado el artículo de hoy en El País, de Rosa Montero (supongo que lo podéis leer entrando en la página del periódico, que creo que ahora es de libre acceso, si no, me lo decís e intentaré escanearla y colgarla aquí). Me conmueve su capacidad de emocionarse no sólo con las grandes tragedias, sino también con las minúsculas. Con los 10.000 balseros muertos que yacen en el fondo del Caribe y con la desventura de un pobre gatito, perdido entre los raíles del metro. Yo, "de mayor", quiero ser como ella y conservar la capacidad de que me duelan las tragedias ajenas, sea cual sea su índole y dimensión. (Esto podría abrir un debate muy interesante acerca de la capacidad de emocionarse y de la necesidad de conocer el dolor, al menos en cierta medida, para poder apreciar el placer).
La segunda cuestión que me suscita la lectura viene de un viejo debate entre amigos (hablábamos de como muchos intelectuales de izquierdas no son tan críticos con los desmanes de los comunistas como con los de los "fachas") en el cual algunos afirmaban que Rosa Montero no condenaba de forma clara y abierta la dictadura, que lo es, de Fidel Castro. Yo defendía que sí lo hacía. A los pocos días de tal debate, ella publicó un artículo, también en la última página de El País (si alguien quiere la referencia creo que puedo encontrarla), donde quedaba clara su posición al respecto, refrendada por lo que hoy escribe.
Como no quiero que las entradas resulten tediosas a causa de la longitud, lo dejo aquí.

domingo, octubre 16, 2005

PRESENTACIÓN

Me incita la envidia. Todo el mundo abre una blog, así que yo también quiero una. Pensaba que sería más complicado, pero en realidad es sencillo. (Gracias, Daniel por mostrarme que era tan fácil; y gracias, Luis, pues la he creado desde tú página). Supongo que hasta que le coja el tranquillo, la cosa resultará un poco sosa, pero tened un poco de paciencia, porque todavía no tengo muy claro para qué la quiero, ni las posibilidades técnicas. Empiezo por algo simple y reciente: el miércoles pasado estuve en el Festival de Sitges. Fui a ver la película de Jordi Torrent L'est de la brúixola (El este de la brújula), que me pareció fascinante. Jordi es un viejo (¿viejo?) amigo de mi hermano al que en 20 años he visto pocas de veces, y al que conozco más por las referencias verbales de Daniel que por haber conversado con él. En fin, la película es estupenda y espero que llegue a las salas comerciales para que todo el mundo pueda verla. Podéis encontrar un comentario más extenso, que suscribo casi por completo, en laoficinaimaginaria.blogspot.com