Ondina, by Rackham.
La página se llama así porque hace tiempo, cuando me instalé en Barcelona, empecé a escribir una novela bajo ese título. Tenía que ver con el reencuentro con la ciudad (nací aquí) y con la forma en que los lugares, los objetos o los olores despiertan los recuerdos dormidos. La novela ya nunca se escribirá, aunque de ella han nacido otros libros posibles que tal vez si se lleguen a escribir. También porque la memoria, los recuerdos y sus mecanismos de recuperación, me interesan mucho, en el sentido científico y ensayístico, y porque las memorias y las biografías, es decir, lo que la gente escribe sobre sí misma o sobre otros, constituyen una de mis lecturas favoritas.
Lo de las mareas tiene que ver con las olas que forman a veces los recuerdos cuando te asaltan (pues los recuerdos llegan hasta la conciencia como objetos traídos por la resaca), y con mi fascinación por el mar (como Serrat, yo también nací en el Mediterráneo), una de las razones que más pesaron a la hora de tomar la decisión de dejar Madrid (que, por desgracia, no tiene mar, y a la que a pesar del cariño que le tengo y la frecuencia con que vuelvo, no me arrepiento de haber abandonado).
Lo de Ondina, ninfa de las aguas, tiene mucho que ver con ello y con la fascinación que la lectura de la obrita del mismo nombre, y cuyo autor es Friedrich de la Motte Fouqué, despertó en mí cuando la descubrí. De una forma muy curiosa: cuando tenía unos 16 años, tuve un novio charlatán, pero muy ameno, al que le gustaba contar historias, y en una reunión de amigos nos contó la historia de Ondina, la ninfa que renunció a la inmortalidad por el amor de un humano... y no sigo contando porque no quiero estropear la historia a aquellos que se decidan a leerla (cosa que recomiendo encarecidamente). Fascinada por el relato busqué, sin éxito, una edición del libro, hasta que el padrino de mi hermano (que había asistido a una conversación familiar en la que mencioné mi infructuosa búsqueda) me regaló su ejemplar, ya usado, y en una barata edición de bolsillo sin ilustraciones. A pesar de la modestia del presente, es uno de los mejores regalos que he recibido nunca (aunque creo que él nunca llegó a saber cúanto aprecié su gesto). Leí la historia que hasta entonces sólo conocía en una versión oral extensa pero abreviada, y aún me gustó más. Con el paso del tiempo, se ha convertido en una especie de libro-fetiche.
Los que puedan estar interesados en leerla, deben saber que es una historia muy romántica y triste, que acaba mal. Por otro lado es muy breve, y se lee con facilidad. (Algunos años después, Olañeta realizó una cuidada y preciosa edición ilustrada, que también compré). Curiosamente, he vuelto a leer Ondina muchas veces y, sin embargo, nunca he intentado leer alguna otra cosa del autor (¿quizá, sin saberlo, miedo a que el resto de su producción me decepcione?), una laguna que en este momento me propongo correr el riesgo de rellenar.